26.5.05

Sigh

Octavia sigue sin hablarme más que para dedicarme una frasecita de consuelo o dos. Se acerca la hora punta, la hora en la que más clientes viene, y ella sigue sin decirme nada. Se ha limitado a mirarme, meterse en el cuartito trasero y a ponerme algo de Nick Drake. Algo melancólico.

No sé qué psicólogo escribió eso de las distintas fases de una crisis. Eso de negación, aceptación y no se qué. Hoy le golpearía en la cara y le preguntaría cuantas etapas creía que había tenido mi guantazo. Sólo tres: antes, durante y despues. Y el despues se me hace muy cuesta arriba.


25.5.05

Crash

Ayer cometí un error, un grave error, un enorme error. Una estupidez, una metida de pata. Una de esas cosas que en su momento lo parecen todo pero cuando terminan se convierten en un grito. El día de ayer ha martilleado en mi cabeza y ha dado vueltas como un buitre, y al final mis dedos se han relajado cuando deberían haber estar agarrando con fuerza.

Se ha hecho el silencio de repente. Todo el bar me ha mirado. Los dos abuelos se han detenido en mitad de pares. El niño se ha quedado mirando con los ojos abiertos. La parejita adolescente ha despegado sus labios y ha parpadeado. La ludópata se ha despegado ligeramente de su amor. Los habituales se han sonreído. Octavia me ha mirado sin hablar. Y despues todo ha continuado.

He sacado recogedor y cepillo y he comenzado a recoger los fragmentos del vaso. Y me he preguntado quién va a recoger los fragmentos de ayer.


22.5.05

La mesilla

Esta mañana, antes de irme a trabajar, mientras me ponía la cazadora para salir a la calle, he visto encima de mi mesilla de noche un objeto inofensivo: un paquete de chicles acabado, apoyado sobre uno de sus lados, con la tapa entreabierta. El sol de la mañana entraba por la ventana y rebotaba sobre él, convirtiendo parte del plástico protector en un resplandor arcoiris.

Mientras me iba acercando hacia la mesa he pensado que ahí inclinado en mitad de un mar de cristal parecía un pecio, un resto de naufragio al que iba a lamentar acercarme.

Cuando he extendido la mano para cogerlo he pensado que hacía mucho que no compraba chicles, y que seguramente pasaría mucho más hasta que volviera a comprarlos.

Cuando por fin me lo he acercado a la cara y he respirado a traves de él he pensado que no olía a chicles, sino a perfume. Un perfume dulce, levemente afrutado, algo ácido.

Lo he dejado de vuelta en la mesilla con un suspiro, y con otro suspiro lo he archivado en mi colección de recuerdos mientras salía a la calle, en la M entre Maravilla y Melancolía.

A partir de ahora los chicles con olor a perfume de frutas me recordarán a tí.


17.5.05

Vivir para sentir

No sé cómo se llama porque no ha venido más que un par de veces por aquí. Octavia comentó que el niño era una ricura, pero a mí todos los niños a esa edad me parecen iguales: perfectos para un ratito.

Esta mañana el chavalín iba corriendo por el bar con los brazos abiertos y haciendo ruiditos con los labios, seguramente convertido en avion o aeroplano, cuando de repente se ha caído. No sé si ha tropezado con una silla, se ha pisado el cordón de la zapatilla o una combinación de las dos anteriores. Cuando su madre lo ha levantado del suelo, el chavalín la ha mirado con cara ofendida, con cara de "con lo bien que me lo estaba pasando y ahora me pica la nariz", y ha comenzado a hacer pucheros.

Edgar le ha mirado por encima del hombro y ha comentado con voz ominosa: "Llega un momento en el que dejas de llorar por el dolor externo y sólo te logra sacar las lágrimas el interno". El abuelete Emilio le ha respondido: "Beh... Llega una edad en la que no te sacan las lágrimas ni por esas..."

Curiosa clientela...


10.5.05

Javier hoy tenía tiempo

Pues no sé por qué te ríes de ellos. La verdad es que cada vez veo más parecido entre los pastilleros y los que se meten a budistas o a comunistas. No sé: quieren pasar el tiempo que tienen en este mundo de forma monocorde y en estado extático. Puede que sea consecuencia del mundo actual: demasiado agresivo e hiriente. Así que o te haces de juventudes, o te crees anarquista, o te sacas el carné del Athletic. Pseudoideologias, iconografías, filosofías de baratillo... Niñatos con más ganas por firmar la A por paredes que por pararse a pensar sobre la implantación del estado ácrata. Fíjate si no que las filosofías alternativas cada vez son más personales: menos cambiar el mundo y más cambiar el yo. ¿Suena bien, no? Una buena idea. ¿Y por qué el cínico que llevo dentro me dice que es una manera de calmar la conciencia? ¿De aceptar que al final el mundo va a acabar igual que lo dejaron? No sé, al menos los pastilleros no se engañan. En fin, que ya te he deprimido bastante por hoy con mi existencialismo agroman. Me largo, que al final me van a echar y sin comer sí que es difícil vivir. ¡Apúntamelo!
Gracias especiales a Tony


6.5.05

Tekeli-li

Un nombre es algo muy serio. Un nombre no es un mero identificador, una simple etiqueta arbitraria, no. Un nombre te define. No del todo, sino que es más bien como tu troquel, ¿sabeis?, accesorio pero exactamente con tu forma. Y muchas veces un nombre te llena mucho más de lo que tú inicialmente puedas llenarlo a él.
Y este era el caso de Edgar. Su madre, antigua cinéfila progresista de las de Parka y Cahiers, le había puesto ese nombre pensando en Edgar Neville y esperando que su retoño se contagiara en algo del genio y lograra trepar a la alta burguesía -que ser de izquierdas es una cosa pero ser gilipollas otra muy distinta.

Pero el pequeño Edgar había salido algo diferente a lo que esperaba su mami: delgaducho, de piel cetrina, de pelo lacio, de mal comer, al que nunca elegían para jugar al fútbol en el recreo pero al que los macarras del colegio parecían temer. Amigo de los adjetivos rimbombantes, los adverbios sonoros, el vocabulario caduco y los monólogos sombríos. Amante de cuervos, gatos negros, ventanas altas, juegos de sombras y suspiros largos. Que había logrado tener una relación tormentosa a los doce años de edad, se había preguntado sobre el trágico horizonte que nos espera al final de nuestro día durante su primera excursión al Zoo de Madrid y que se había dejado perilla afilada en cuando le había comenzado a cambiar la voz. Y todo esto, por supuesto, muchos años antes de que su profesora de Inglés de BUP le regalara El Cuervo de su tocayo Poe.

El otro día Edgar se preguntaba -a eso de la cuarta Mahou- cómo habría sido su vida si su madre hubiera sido florista y le hubiera llamado Jacinto...