7.7.05

Oops

- No sé, a ver, seguro que te parece una gilipollez, pero no es lo mismo. Yo uso esas palabras prácticamente con cualquier chica con la que tengo un mínimo de intimidad. Cariño, cielo, corazón... Vale, igual no llamo mi amor, mi dulce ni mi vida a todas mis amigas y conocidas, pero ya me sigues, ¿no? En cambio... en cambio hay otras palabras que sí que son únicas para cada persona, ¿sabes? Y no me refiero a esas polleces en plan chipiminichurri o cariñitiquisímo que se dicen los adolescentes y los pijorros cuando están encoñados. No, no jodamos. Ni a esos apodos en plan mi petisuis o mi gatita, no, no. Me refiero a algo... a ver...

Pasó una mosca. El camarero siguió limpiando el vaso, atento a la arenga pero sin demostrarlo. El chico de tez palida esperó pacientemente. El repartidor echó otro trago de cerveza.

- Esto empezó con mi primera novia, ¿sabes? Yo la llamaba mi niña. No sé por qué, ni cómo. Joder, sí, era una niña y tenía ojos de muñequita, pero... bueno, ese era mi mote íntimo, ¿vale?, el que gemía y el que garabateaba en poemas. Y cuando me enfurruñaba con ella o la reprendía le decía so idiota, así, como con cariño, ya sabes. Cuando eso acabó y volví a liarme con una tía me dí cuenta de que no podía llamarla así, ni niña ni idiota. ¿Sabes?, podía llamarle cariño, repetirle los mismos piropos y podía morderle el muslo como se lo mordía a la anterior sin sentirme ruin de ninguna manera, pero esas dos cosas... eran privadas. Habría sido horrible, no sé. Y me ha seguido pasando, ¿eh? ¿Te acuerdas de la tía con la que estuve liado el año pasado? A esa la llamaba pitufa y boba. ¿Y la muchachilla catalana esa que rondaba antes el bar? Esa era mi peque, y siempre que me enfadaba con ella la llamaba mema. Ni pitufa, ni niña, ni boba ni idiota. ¿Pillas? Y bueno, a esa amiga mía que tú te has empeñado en decir que es mi novia la llamo chica cuando la mimo y tontalculo cuando jugamos a reñirnos. Y ya es alguien, ¿sabes?, ya es alguien para mí. Vale, es una gilipollez, pero hostia... cada maestrillo tiene su librillo, ¿no?

Hubo silencio. El camarero siguió limpiando el vaso, atento a cada mota de polvo y con la mirada perdida en sus recuerdos. El chico de tez palida sonrió y asintió. El repartidor se giró al camarero y sonrió, dirigiéndole una mirada indescriptible.

- Y tú, Gus, ¿cómo llamas a Teresa?