31.7.05

Mudos

La persiana está ya cerrada, casi con melancolía. Me la ha contagiado... o tal vez haya sido al revés, porque parece más lógico que sea yo el melancólico y no que una persiana de metal me haya transmitido su estado de ánimo.

Huele a papel quemado, un olor que siempre me ha encantado, y veo la lengua de la llama lamer con ansia la piel desnuda de las hojas de mi diario, dejando como único recuerdo de su pasión un cuerpo negro que se deshace lentamente en ceniza. Las palabras desaparecen lentamente, directamente en el vacío: nadie las recordará, yo las olvidaré. Quemar, no como purificación, sino como incendio. Sin metáfora, sin significado, sin San Juan ni Ku Klux Klan. Sólo mirando fijamente la danza naranja de dentro de la papelera y mordiéndome el labio inferior buscando ese "ya no hay vuelta atrás" que parece ser la única manera que encuentro de realmente irme cerrando puertas.

"Voy a dejar de escribir", le dije a Octavia el otro día. Ella no me creyó. Así que tambien he tirado mi pluma. Para que no haya vuelta atrás.


27.7.05

Cuatro y media

¿Cerveza? Seguro que de ella se puede sacar algún agente tóxico. No lo sé, pero estoy seguro de que es así. Dicen que cuando Charles Palahniuk entregó el manuscrito de El club de la lucha la editorial le exigió que eliminara por lo menos un ingrediente de cada una de las numerosas fórmulas de explosivos y agentes químicos que salpican el libro. Llevo días intentando unir esa idea y la de la facilidad con la que se puede comprar armas en el país natal de Chuck. ¿Será verdad eso de que sólo nos dejan matarnos poco a poco? No sé, en el fondo me da miedo que me acuseis de demagogo. Demagogo. Creo que es una de las mejores palabras para mantener callado a alguien que realmente tiene algo que decir. Empiezo a hablar de desigualdades, de absurdos cotidianos, de las ganas de chillar que tengo, y acabo siendo el malo de la historia. El que amenaza la normalidad. Pero no es así, yo no amenazo nada, yo no soy nadie. Nadie. ¿Debería sintetizarlo, no creeis? Hacer como Chuck y escribir una bala, o dibujarla, o esculpirla, si no fuera porque Brad Pitt es precisamente el símbolo del blanco de mi proyectil. No sé, normalmente soy positivo y me centro en el sol cotidiano pero hoy, sin ninguna razón, es uno de esos días en los que no sólo no entiendo el mundo sino que apretaría el botón rojo felizmente y diría "sayonara" mientras apuro la cerveza. ¿Cerveza? Seguro que de ella se puede sacar algún agente tóxico...


20.7.05

Muscaria

Voy buscando una sirena con alas. La llevo buscando desde hace como mínimo dos horas, quince minutos y siete segundos, desde que me pareció verla sobre el rombo de la estación del suburbano. He tomado tres tipos diferentes de transporte público para perseguirla por las calles de la ciudad. He venido hasta esta calle, creyendo haberla visto dar zancadas sobre la azotea del edificio, porque las sirenas aladas pueden dar zancadas.

Me gusta mucho esta calle, creo que por dos veces he soñado con ella. Es una calle adoquinada, de casco viejo de ciudad vieja, con farolas de forja y casas de colores pastel. Tiene un bar reposando en la esquina, un puesto de castañas, un cilindro de esos donde en navidades anuncian productos de perfumería, una fuente con forma de boca de leon, cinco palomas, tres macetas, dos perritos con cara de felicidad y una anciana con rostro de perder hojas de calendario y no importarle. Es una calle de gama alta. Pregunto al guardia urbano si ha visto a mi sirena y me mira con un color extraño, como de indiferencia; le pregunto si sabe de qué color es la indiferencia y me responde con un trino que suena a entre martes y miércoles. Ignoro al probo agente del orden y me deslizo hasta la puerta del bar, por ver si mi sirena ha avituallado allí, y me encuentro enseguida delante de un círculo de cristal, al que pronto identifico como "taza de café vista desde arriba". No sé cómo me la han servido ni de dónde han salido esos dos círculos que la camarera recoge y a los que tardo en identificar como "moneda de curso legal". Pienso en preguntarle a ella si ha visto a mi sirena, en explicarle cómo la combinación entre las escamas de su cola y las plumas de sus alas la hacen especialmente preciada, pero pienso que será mejor preguntarle algo útil, así que le pregunto si sabe si crecen manzanas cerca de aquí. Parte de mi mente ha formulado un plan para cazar sirenas usando manzanas y otra parte está pensando en sidra, que esa es la parte disipada de mi cabeza, pero ella me mira con cara de digestión, concretamente del segundo cuarto de hora de la digestión de una cena pesada, sin alcohol. Creo que es porque he decidido llamarle la atención poniéndome a llorar, pero pronto me he sentido estúpido y lo he dejado, aunque la mandíbula me ha comenzado a doler por el esfuerzo de convertir boca y ojos en líneas horizontales. He salido del bar olvidándome del café y agradeciendo telepáticamente las atenciones de la camarera, y al abrir la puerta he oído el característico campanilleo que hacen las sirenas aladas cuando alzan el vuelo. Así que he salido corriendo, he saltado entre el segundo perrito con cara feliz y la cuarta farola de forja, y he reanudado mi búsqueda. ¿Dónde estarás, mi sirena alada?


15.7.05

Madrugawhat?

El ruido de la persiana al abrirse es violento como un pistoletazo de salida, me sobresalta, me saca del sueño de las cinco de la mañana y hace que baje un nudo hasta la boca de mi estómago. Veo la mañana como movida, como desenfocada, como vista a través de un filtro que hiciera el aire lechoso y pusiera neones en cada luz. La ola de calor abrasa la ciudad, pero yo tengo frío y estoy prácticamente tiritando. Por la mañana siempre tengo frío. Parte de mi mente aún está en la cama, rumiando el sueño de la noche que acabo de abandonar, y parte se ha quedado encallada entre el desayuno, el autobús y la esquina donde espero a Octavia para que me recoja con el coche. "Nunca me acostumbraré a madrugar", le digo mientras abro el cuadro de luces y el bar vuelve lentamente a la vida. "Qué ganas tengo de que me toque la lotería para que otros madruguen por mí...". La vigilia vuelve a mí mientras la cafetera comienza a gorgotear. "Qué cabrón", responde ella.


14.7.05

Elegía del ambiente laboral

A todos nos ha pasado, o todos hemos soñado con que nos pase. Se tiene ahí. Se asume. Se tiene de fondo, de hilo musical, de papel pintado. Se aprecia, se quiere, se valora, pero no se llega a comprender realmente su existencia, como el hombre con su dios.

Y llega el momento en el que tu correa de transmisión se rompe, te sales del eje y tumbado en el suelo puedes ver por fin el mecanismo de tu vida desde fuera. Comprendes que has transpasado una frontera que no deberías haber ni rozado, que te has acostado con una clienta que encima es una persona que a ella le cae bien y que esta clienta te ha utilizado -o no, porque ni siquiera puedes afirmar si Teresa piensa que eres tú el que lo ha hecho, o siquiera si piensa en tí. De que posiblemente te hayas enamorado y que por eso hayas caído, así, de bruces. Y cuando te encuentras en plena crisis, soltando espumarajos sobre los egoístas que te rodean y lo poco que te entienden, ella está ahí: triste, y tú no has hecho nada para ayudarla. Incluso has ayudado a entristecerla con tus devenires, con tu sonrisa muerta, con tu violación de la armonía. Desde el suelo la ves, mirando ángulos rectos con los párpados entrecerrados. Y el egoísta eres tú.

Y el fondo se transforma en primer plano, el hilo musical en sinfonía, el papel pintado en lienzo de óleo. Y tú, que te quejabas de que nadie te demostraba que te quería, compruebas desesperadamente que tampoco se lo has demostrado a ella. Que nunca le has dicho que es la única persona que te ha tratado bien en los últimos años. Que es la mejor amiga con la que hayas podido soñar, que tu imaginación no tenía ni siquiera material para poder dibujarla. Que no es imprescindible para tí, porque a estas alturas sólo el aire el agua lo son, pero que tu vida sería monocromo sin ella. Que todo lo que le achacas a esos espectros ególatras que supuestamente te atormentan a ella no puedes ni nombrárselo sin sentirte falso, porque en nada se corresponden.

Que la quieres y que, desde el suelo, aún la ves.

Fin del primer capítulo


7.7.05

Oops

- No sé, a ver, seguro que te parece una gilipollez, pero no es lo mismo. Yo uso esas palabras prácticamente con cualquier chica con la que tengo un mínimo de intimidad. Cariño, cielo, corazón... Vale, igual no llamo mi amor, mi dulce ni mi vida a todas mis amigas y conocidas, pero ya me sigues, ¿no? En cambio... en cambio hay otras palabras que sí que son únicas para cada persona, ¿sabes? Y no me refiero a esas polleces en plan chipiminichurri o cariñitiquisímo que se dicen los adolescentes y los pijorros cuando están encoñados. No, no jodamos. Ni a esos apodos en plan mi petisuis o mi gatita, no, no. Me refiero a algo... a ver...

Pasó una mosca. El camarero siguió limpiando el vaso, atento a la arenga pero sin demostrarlo. El chico de tez palida esperó pacientemente. El repartidor echó otro trago de cerveza.

- Esto empezó con mi primera novia, ¿sabes? Yo la llamaba mi niña. No sé por qué, ni cómo. Joder, sí, era una niña y tenía ojos de muñequita, pero... bueno, ese era mi mote íntimo, ¿vale?, el que gemía y el que garabateaba en poemas. Y cuando me enfurruñaba con ella o la reprendía le decía so idiota, así, como con cariño, ya sabes. Cuando eso acabó y volví a liarme con una tía me dí cuenta de que no podía llamarla así, ni niña ni idiota. ¿Sabes?, podía llamarle cariño, repetirle los mismos piropos y podía morderle el muslo como se lo mordía a la anterior sin sentirme ruin de ninguna manera, pero esas dos cosas... eran privadas. Habría sido horrible, no sé. Y me ha seguido pasando, ¿eh? ¿Te acuerdas de la tía con la que estuve liado el año pasado? A esa la llamaba pitufa y boba. ¿Y la muchachilla catalana esa que rondaba antes el bar? Esa era mi peque, y siempre que me enfadaba con ella la llamaba mema. Ni pitufa, ni niña, ni boba ni idiota. ¿Pillas? Y bueno, a esa amiga mía que tú te has empeñado en decir que es mi novia la llamo chica cuando la mimo y tontalculo cuando jugamos a reñirnos. Y ya es alguien, ¿sabes?, ya es alguien para mí. Vale, es una gilipollez, pero hostia... cada maestrillo tiene su librillo, ¿no?

Hubo silencio. El camarero siguió limpiando el vaso, atento a cada mota de polvo y con la mirada perdida en sus recuerdos. El chico de tez palida sonrió y asintió. El repartidor se giró al camarero y sonrió, dirigiéndole una mirada indescriptible.

- Y tú, Gus, ¿cómo llamas a Teresa?