26.4.05

Vigilantes

Javier pasa las horas muertas en la barra de este bar, sentado indolentemente junto a Edgar, el del nombre raro y del que ya os hablaré algún día. Javier se afeita una vez cada tres días y se peina una vez cada cuatro, así que cada doce días está irreconocible. Javier a veces habla de plusvalías, y de cómo su jefe se las roba. De cómo, ya que trabaja por horas, es su obligación quitarle todas las horas posibles a su jefe. Su jefe, del que tanto habla, en realidad es una cadena de jefes, jefazos y jefecillos, desde el director general del grupo editorial hasta el conductor de su furgoneta, pero Javier prefiere ponerle una cara. Un día me dijo que se imaginaba que se llamaba Anselmo, que es un nombre de jefe de los de toda la vida, y que ya había conocido a Anselmo como dueño de nueve empresas diferentes. Don Anselmo.

Javier trabaja actualmente repartiendo la revista gratuíta que Anselmo ha decidido publicar para vengarse de la fallida demanda que realizó para quitar de en medio a esa otra revista gratuíta. A Javier no le da ninguna pena pasarse una hora diaria en mi barra mientras el resto de repartidores hacen las calles y cafeterías de la manzana. Despues, con una caña de más que casi siempre queda apuntada en su cuenta, sale corriendo y realiza lo que le queda de jornada laboral en unos escasos veinte minutos. Una hora arrebatada de las garras de Anselmo. Cuando le dijeron que los repartidores estaban muy vigilados Javier se echó a reir, o eso comentaba el otro día. A él con vigilantes.

Los vigilantes no se crearon para vigilar, dice siempre Javier. Los vigilantes se crearon para ser burlados.